Proyectos de Investigación

sábado, 16 de agosto de 2014

Una lectura de Simón Rodríguez

Presentación Pensamos nuevos Diseños para la formación de los futuros docentes, también pensamos en nuevas formas de organización de los Institutos de Formación, en la actualidad nos encontramos en la tarea de pensar nuevos perfiles de gestión para que lleven adelante las Instituciones. Pero cuando diseñamos todo esto, al parecer algo se nos escapa, algo sutil, algo que difícilmente puede medirse, pero que no se oculta y está presente en cada aula, en cada escuela. Todos y cada uno de nosotros lo tiene, es algo que le da vida a la tarea, que nos mueve a ir en alguna dirección o tal vez cambiar la que ya teníamos. Es algo en lo que, si bien no reparamos a menudo, otorga la dirección a nuestra vida. Tal vez no está escrito, tal vez no está disponible, tal vez nos cueste tener claridad, o tal vez no lo pensemos a menudo. Está unido a la subjetividad, al parecer es algo que no podemos “controlar”, ni menos aún “prescribir” en un diseño, y como era de esperarse se encuentra “invisibilizado”. Estoy refiriéndome al sentido. El sentido de las cosas, de hacer las cosas, el sentido de la vida o de la profesión. Cuantas veces nos preguntamos a lo largo de una jornada, mes, año sobre el sentido? Verdaderamente muy pocas. Con respecto a la escuela, Pablo Pineau escribió hace ya algunos años un artículo denominado, “La escuela en el paisaje moderno”. El entiende que la escuela (y su sentido) está “naturalizada/o”, es decir forma parte del paisaje. Ya no nos cuestionamos acerca de su existencia, como tampoco nos cuestionamos de la existencia cotidiana de los cerros, los ríos o algún otro elemento de la naturaleza. Es decir, estamos tan acostumbrados a ver la escuela, que ya la asimilamos al paisaje. Entonces, antes de comenzar a trabajar con algunas de las ideas que propone Simón Rodríguez para la educación, comencemos por hacernos dos preguntas: ¿Qué sentido tiene la escuela? ¿Qué es un maestro? Tenemos que tener presente en esta respuesta, y volviendo a Pineau, que el paisaje moderno, dejó de ser “moderno”. Algunos autores para referirse a nuestro tiempo, hablan de Posmodernidad. Un sociólogo destacado Zigmunt Bauman dice que vivimos en la modernidad “liquida”, haciendo énfasis en el fin de lo estable, lo sólido, lo permanente. Los invito, a escribir una respuesta a cada una de estas preguntas, considerando este contexto. Así sin demasiado detenimiento, desde el conocimiento de la experiencia o de la práctica. Anímense! Bien, con esas dos respuestas, podemos comenzar. Los invito a leer esta síntesis que hice de un libro, publicado en 2013, de Walter Omar Kohan, titulado: Simón Rodríguez. El Maestro Inventor. Ed Miño y Dávila. Porque y Para que leer a Simón Rodríguez? Kohan, sostiene que según Simón Rodríguez, no se trata de poner en cuestión solo el funcionamiento de la escuela, su organización, sino, sobre todo, su papel social, su sentido. Como es posible que la escuela le cierre sus puertas al extraño- al extranjero- al negrito? O con el extraño, dentro las escuelas continúan enseñando lo que enseñan y de la forma que lo hacen. Es posible pensar que hay que escuchar a los que hablan otra lengua, a los que piensan de otra manera, a los deshabituados de los usos establecidos? Rodríguez apostaba por una escuela diferente. Enfrenta otros métodos de la época, en particular al método Lancasteriano, al que llamó “un disparate”, en la medida que no enseña a pensar, sino a repetir y recitar la lección de memoria. Contribuye a formar sujetos dóciles con los que no hay como constituir una vida republicana. Las llama “Escuelas de Vapor” porque con pocos maestros se enseña a miles de muchachos. Su método no es bien un método: exige un maestro que piense, que invente, que se preocupe por todos y cada uno de sus estudiantes, que no aplique ciegamente algunos preceptos para transmitir calmamente un saber asimilado pasivamente, sino que sea un lector reflexivo, que tenga una relación personal con sus estudiantes. Rodríguez afirma un maestro que sea artesano y artista de su trabajo. Un maestro inventor. También por eso aprender y enseñar a hablar y a pensar están antes que aprender y enseñar a leer y a escribir. Porque la enseñanza y el aprendizaje primeros, los que más importan no son técnicos sino críticos, de fundamento y solo se pueden realizar en diálogo con otros. Son, en última instancia, el aprendizaje y la enseñanza de una vida pensante, cuidadosa, que se examina a sí misma, de una vida que merece ser vivida por todos los habitantes de esta tierra. Son el aprendizaje y la enseñanza de una escuela social, popular, republicana. Inventamos o erramos En ese campo, una alternativa atraviesa la vida y la obra de Simón Rodríguez como un grito, como una expresión sacada de las entrañas y masticada por una vida de pensamiento y de trabajo destinada a la educación. La alternativa es siempre una y la misma: de un lado, la creación, la invención, el pensamiento, la vida, la libertad, del otro, la reproducción, el error, la imitación, la opinión, el servilismo. Lo primero es lo que hace quien hace escuela, es lo que necesitamos y no practicamos en las escuelas que existen en América. Lo segundo, es lo que hemos hecho hasta ahora en las escuelas, lo mas fácil de encontrar en ellas y lo que tratamos de transformar. Hacer escuela creando, inventando, es el camino para esa transformación. Simón Rodríguez plantea esta alternativa de varios modos. Es una alternativa filosófica, pedagógica, política, existencial. Es allí donde se juega lo que somos y el proyecto de lo que podemos ser. Formas de ser Maestro Veamos cómo Rodríguez piensa una educación revolucionaria en la Institución escolar. En primer lugar, no propone ningún cuerpo de ideas, ninguna doctrina o ideología que se deba aprender o enseñar. Los maestros de sus escuelas no son formadores de opinión. Para Rodríguez, el contenido de la educación está en su forma. Distingue una serie de papeles o funciones pedagógicas. Existe una diferencia principal, entre instruir y educar, o entre enseñar y educar. Las palabras importan, pero más importa aclarar su sentido. En el primer caso de la alternativa, se transmiten saberes, en el segundo caso se enseña a vivir. Los que hacen lo primero son los maestros “bocina”, que soplan saberes que ni siquiera ellos saben usar. Se puede ser muy sabio y llevar una vida muy indigna. No me interesa un saber disociado de la vida o un profesor muy sabio que no sepa vivir, que no enseñe un saber para la vida. El maestro que le interesa a Rodríguez es un maestro que transmite un saber que enseña a vivir, un saber vital, una vida hecha saber. Una distinción paralela, entre Catedrático y Profesor, acompaña a la anterior. El primero transmite conocimientos; el segundo forma parte de la vida en sociedad. Aquél es el que sabe una materia y la comunica, desde lo alto, cualquiera puede hacer esto, basta prepararse con un mínimo de anticipación y recitar el saber en cuestión. El profesor, en cambio, es el que “hace ver, por su dedicación, que se aplica exclusivamente a estudiar un arte o ciencia”. Anotemos, lo que caracteriza al profesor es mas su dedicación al estudio que los conocimientos que posee y su capacidad de transmitirlos. Profesor es el que estudia y se forma en el estudio. Es lo que más transmite un profesor, lo que sus estudiantes aprenden: una relación con el saber, con los libros, con la vida, una dedicación al estudio. Los estudiantes quieren estudiar como estudia el profesor. Entonces, podemos decir que hay tres tipos de maestros: los que presumen del saber, los que confunden con su saber y los que ayudan a que todos sepan. Los maestros precisan no solo saber los principios de los conocimientos, sino ayudar a estudiar. Enseñar a aprender y, aún más “Inspirar” a otros el deseo de saber. Es decir, que el maestro interesante, es el que hace escuela, no es el que transmite lo que sabe sino el que genera deseo de saber, el que inspira en los otros el deseo de saber. Maestro es quien provoca en los otros un cambio en su relación con el saber, el que los saca de su apatía, comodidad, ilusión o impotencia haciéndolos sentir la importancia de entender y entenderse como un todo social. En última instancia el que hace nacer e deseo de saber para entender y transformar la vida propia y ajena. El maestro sabe lo que enseña, pero más que enseñar lo que sabe, enseña a aprender y ayuda a comprender. Ese maestro no es el que manda a que se aprenda, esto es se preocupa tanto con lo que de hecho aprende el que aprende cuanto con que los que aprenden nunca dejen de querer aprender. El maestro piensa en los otros y no en si. Ese maestro debe estar en la primera escuela, es el que marca la primera relación de quienes aprenden con el aprender. Así el trabajo del maestro es de una sensibilidad intelectual sobre otra sensibilización intelectual, la del estudiante. Para ello se requiere que el maestro considere a sus estudiantes como iguales y no como inferiores. Pues entre desiguales solo puede haber antipatía o causa de sometimiento, mientras que la verdadera simpatía, un pathos o afección común, compartida solo es posible entre iguales. Ese es el modo singular en que Simón Rodríguez hace escuela, un gesto que está incluso antes que los estudiantes ingresen en los edificios escolares. Es ese el guiño con el que Rodríguez se dirige a los cholos y cholitas, a los que siempre les hicieron saber que no eran capaces o dignos para ir a la escuela y les dice “vengan acá, este lugar es suyo, más que de nadie. Ustedes tienen igual condición, fuerza y capacidad para ocupar este espacio más que los otros. La escuela es de ustedes.” Con Rodríguez podemos observar el nacimiento de la educación popular en América. La alegría de enseñar y la escuela popular Como dijimos, el maestro que Rodríguez propone es un inspirador, un excitador de saber. También es un inspirador de la voluntad, de querer. Lo primero es la potencia de la propia capacidad de saber, de pensar. Un maestro que merezca ese nombre educa, con arte y alegría, a todos sin excepción. Nadie puede quedar afuera, nadie puede prescindir de la educación y de la risa. A todos alcanza el maestro del pueblo, de una educación alegre, popular, general, de una escuela social. Rodríguez considera que las escuelas de la colonia, son escuelas de la tristeza, que no enseñan a los pobres, qie enseñan por la mitad, a medias, solo a algunos. Y que no se puede ser propiamente maestro en ellas, no se puede hacer allí escuela, por las mismas razones. Son necesarias nuevas escuelas y nuevos maestros para una educación para todos. El embate es crucial y todavía nos atraviesa. Pensemos en el contexto. Una América liberada del poder español pero aún capturada por una forma de vida social excluyente, injusta, indigna. La posición de Rodríguez rompe el falso antagonismo que atravesará la etapa post-colonial: progreso o atraso; civilización o barbarie; racionalidad o emoción; europeísmo o americanismo. No hay sentido en la afirmación excluyente de alguno de los dos polos ni ninguna posibilidad de vida social verdadera que niegue la existencia digna a alguno de los extremos- y siempre, claro, es el mismo extremo el que es negado-. El progreso pasa por la educación de los supuestamente atrasados, y los supuestamente avanzados por igual; la civilización es la educación de la barbarie allí donde ella se encuentre, en todos los estamentos de la vida social; la racionalidad está e pensar las emociones y en sentir el pensamiento común a todos los habitantes de una sociedad. ¿Qué forma concreta tiene el proyecto de Simón Rodríguez? La escuela de Chuquisaca, creada por Simón Rodríguez, no discrimina a los niños por su color de piel, su género, la clase a la que pertenecen, la familia en la que nacen, sus creencias religiosas, la lengua que hablan. Al contrario al entrar a la escuela se suspenden las desigualdades generadas por las diferentes tradiciones, familias, clases sociales. La escuela ofrece vestimenta, alimentación y dormitorios dignos. También ofrece aprendizaje de oficios básicos, siendo los 3 principales: albañilería, carpintería y herrería. En esta escuela se aprende el valor del trabajo, trabajando. Se aprenden también artes y ciencias. Se aprende a pensar pensando y a convivir conviviendo. Por último, otra característica de la escuela de Simón Rodríguez es una escuela de hospitalidad. Derrida ha planteado la cuestión de la hospitalidad como antinómica: afirma que hay dos extremos, el de la hospitalidad absoluta y el de la hospitalidad reglada, condicionada. La hospitalidad absoluta se daría si recibiríamos al otro sin más, en cuanto tal, sin ponerle ni pedirle nada, sin hacerle preguntas, sin condiciones, sin siquiera preguntarle cómo se llama, que lengua habla, de dónde viene. Ese es un extremo, pero la paradoja de la hospitalidad es que siempre se da condicionada, en el marco de leyes o normas, en el contexto de instituciones. Vale entonces preguntarse, con Derrida: esa forma condicionada es todavía hospitalidad? Derrida convoca, junto a la hospitalidad, al extranjero que es, al fin, el invitado. El que invita lo invitó a establecer una conversación, a tomar la palabra. El extranjero es el de afuera, el que viene, el que no era anfitrión se convierte de golpe en su propio anfitrión. Llega de afuera para ser educado, toma la palabra e invita a educarse. Ese tal vez es el juego social que quiere proponer Simón Rodríguez en las escuelas republicanas. Darle la palabra al invitado a esa escuela. Los invitados invitarán después a hablar a los criollos. Quizás por eso en sus escuelas se enseña quechua y español. Convoca a los extranjeros mas extranjeros de la sociedad: los que hablan otra lengua, los cholos, indios, negros, zambos, e instaura una lengua indígena (el quechua) como lengua a ser aprendida por todos en las escuelas, al mismo nivel que el español. Esto es, sin eliminar la lengua dominante – que es también su lengua nativa- hace de la lengua deturpada y olvidada de unos la lengua del colonizador. No es fácil la práctica de la hospitalidad. Son muchos los que pueden ser invitados en América. En ese hacer escuela se abren las puertas, al otro, al despreciado, se lo invita a dialogar en su propia lengua; se lo considera un igual, se lo aprecia en su potencia, capacidad, entereza, se le ofrecen condiciones materiales y afectivas para aprender a pensar y vivir junto a él, se lo hace experimentar una vida en común, se le enseña la lengua del otro y se lo escucha en su propia lengua. Reflexiones Finales Podemos pensar luego de esta lectura que el pensamiento de Simón Rodríguez es un tanto utópico, o tal vez que poco tiene que ver con el tiempo que nos toca vivir en este Siglo XXI. Por el contrario, el pensamiento de este educador tiene vigencia y nos aporta ideas que son innovadoras. Analizar un pensamiento latinoamericano alternativo a la propuesta educativa que sustentó el Proyecto Educativo que se desarrolló en la Argentina a fines del Siglo XIX. Simón Rodríguez (1769-1864) es contemporáneo a Sarmiento (1811-1888). Todos conocemos el binomio Civilización o Barbarie que caracteriza el pensamiento de Sarmiento, que marcó el destino de las primeras escuelas, de los sujetos y sus subjetividades, lo que no conocemos es que este Proyecto no constituía una única alternativa, aunque pocos leímos a Rodríguez en nuestra formación inicial. Por otra parte, es un tema de reflexión retomar el concepto de Igualdad, al que hace referencia Simón Rodríguez. Sobre el mismo tema, Ranciere, en “El Maestro Ignorante”, plantea que la escuela, ese lugar de jerarquías y desigualdad, hace imposible pensar en prácticas escolares emancipadoras en tanto presupone la embrutecedora desigualdad de las inteligencias. Al parecer no basta con construir y habitar los edificios escolares. Es preciso tener presente, todos los días, aquella imagen de extranjeridad, creatividad y osadía para pensar los sentidos de habitarlos, de pronunciar allí palabras como enseñar y aprender: ¿Por qué? ¿Cómo? ¿Para qué? Como pudimos ver, Simón Rodríguez apuesta por la educación de personas críticas, pensantes, reflexivas. Le gustan los estudiantes irreverentes, mucho más que los dóciles. Apuesta por los que son capaces de recrear el pensamiento, la vida, el orden social. Lo mismo pide o exige de los maestros. No piensa lo que hay que pensar, no vive como hay que vivir, no actúa como hay que actuar. Al contrario, justamente concentra su misión educadora en invertir parte de los valores que sustentan la sociedad colonial para que ella se convierta en una verdadera República. Lo hace de múltiples maneras, incansable, tenaz, obstinado. Es un irreverente, un iconoclasta. Para terminar, los invito a que vuelvan a leer las respuestas a las preguntas con las que iniciamos este texto. Encontramos en ellas algunos rasgos de invención, de irreverencia, de alegría, de emancipación? Tal vez sea un buen momento para volver a pensar y preguntarnos, si somos capaces de contagiar como dice Rodríguez, la necesidad de que cada educador problematice y piense por sí mismo el modo en que está haciendo escuela. Bibliografía Kohan, Walter (2013) Simón Rodríguez. El Maestro Inventor. Ed Miño y Dávila. Bs As. Ranciere, Jaques (2007) El maestro Ignorante. Libros del Zorzal. Bs As Pineau, Pablo (1996) La escuela en el paisaje moderno. Consideraciones sobre el proceso de escolarización. En Cucuzza: Historia de la educación en debate. Miño y Dávila, 1996.